El otro día me desorienté por la montaña, no me había pasado nunca. Fueron
tres veces el mismo día andando por un monte que llevo unos meses pateándolo.
La primera, mi compañero de caminata sugirió ir en dirección al coche y yo,
mofándome, le dije que si tiraba hacía dónde me indicaba con un dedo por mucho
que anduviera nunca lo íbamos a encontrar ya que iríamos en dirección
contraria. Él me miro perplejo, sonrío, pensaba que bromeaba y cuando se dio
cuenta de que no, insistió que era yo quien estaba errado. Convencido que yo
tenía la razón, casi para reírme de él en toda la cara (de buen rollo, eso sí,
les hablo de mi mejor amigo) contesté que, de acuerdo, que a ver si
encontrábamos el coche siguiendo su camino.
Cuando tras coronar una loma vi brillar la pintura de mi auto un sofoco me
invadió. Él se dio cuenta y le quiso quitar importancia, que habíamos salido
con niebla, que los olivares son todos iguales, que estaría distraído en mis
cosas, etcétera, etcétera... Mi amigo y yo hacemos la mili de la vida juntos
des de que tenemos sentido de la razón y si a él le duele una muela me duele a
mí también.
Dos veces más volvió a suceder lo mismo. La siguiente él estaba ahí para guiarme,
pero la tercera, ya aterrado al darme cuenta que mi campo había cambiado las
formas y que jugaba a escondérseme, un súbito pánico se apoderó de mí. Nos
habíamos alejado y me encontraba completamente solo entre sierras, caminos,
olivos y esparteras que carecían de identidad. Mi monte me había cambiado la
cara y yo, como el náufrago sin rumbo me dejé llevar sin saber a dónde y me
perdí en medio de una laguna sin nadie que guiara mis pasos.
Cuando por fin llegué a mi destino hora y media después, más por chamba que
por orientación, reflexioné sobre lo ocurrido y lo atribuí al miedo. Me había despistado
por la mañana y al hacerlo había perdido esa seguridad que había cosechado a lo
largo de toda una vida de montear. Unos minutos me bastaron para teñir de negro
ese vestido blanco que había elaborado año tras año, paso a paso, unos minutos
bastaron para que venciera la inseguridad y eso me hizo reflexionar sobre las
múltiples aventuras que emprendemos en la vida que, sin valor, sin guías y,
sobretodo sin amigos es más que difícil que uno solo consiga coronar.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada